Enedina Roces

Nació en El Carbayu en 1931.

De formación autodidacta, comenzó a pintar en 1972. Su obra se divide en dos épocas: en la primera predominan los retratos de personalidades políticas contemporáneas; en la segunda realiza una pintura alegórica de temática social y onírica.

Enedina, rabiosamente autodidacta, se negó siempre a vender su obra. «¿Cómo voy a vender un cuadro? Los cuadros son mis hijos, y los hijos no se venden», decía. Sólo expuso cuatro veces en su vida: en el Centro Asturiano de Madrid, en el hotel Reconquista de Oviedo, en Cajastur de Gijón y el Hogar del Pensionista de Candás. Tal vez algún día tenga un museo en Ciaño.

En el quehacer pictórico autodidacta de Enedina Roces se dan tres etapas. Empezó pintando retratos de personajes de la época, como el Adolfo Suárez que presidía su dormitorio. Luego pasó a recordar los relatos de sus antepasados y pintó cuadros de la mina, empezando desde la época antigua, cuando el abuelo fue picador y los mineros trabajaban a pico y pala, cuando las vagonetas eran empujadas por hombres y animales, ambos de carga.  Y ya en la tercera fase cultivó un expresionismo figurativo, naíf y surrealista, como si la pintora volviera sin saberlo a las viejas mitologías de ninfas y sátiros, ícaros voladores y toros jupiterinos que raptan a las mujeres, que de algún sitio han de venir los cuernos. Naif el dibujo, expresionistas el gesto y la proporción, surrealista el relato. Y excepto los cuadros de la mina, que son negro sobre negro, los de fiestas y romerías, mendigos, pollos, perros y gatos van a colores claros y optimistas.

Está considerada por la crítica como una de las mejores pintoras “naif” de España.

Una lección más de esta mujer, que murió a la intemperie de la soledad en febrero de 2012.